Toda una vida dedicada al arte

HACIA OTRA DIMENSIÓN EN LA ESCULTURA

Canónico es un escultor que no tiene tiempo para tan larga geografía. Vital, lleno de prisas, de tensión en tensión, sacudido constantemente por la urgencia del hallazgo, cuando le sucede la creación corre a fundirla en bronce, o a golpear el mármol. Y siem- pre le está ocurriendo el arrebato admirable de la creación.

En su última magna exposición alguien exclamó: «Aquí termina la necrofilia del arte», recordándonos a nosotros aquello de que, frente al funeral homérico de Fidias, tuvo que surgir un canto a la vida miguelangélico y darse a su tiempo la idealidad donatellana, como precursora de la escultura moderna. Había que ir por este camino a la búsqueda de la presencia.

La obra de Canónico resuelve el medio entre la forma y el espacio, todavía desolado no obstante aquel espíritu precursor. Y funda -yo estoy por decir que sin saberlo- la interrelación entre ambos. Se acaba en su escultura -y está bien dicha la afirmación citada- lo estático del volumen, la masa en reposo, la dedicación sepulcral porque, si la escultura es presencia hay en la suya como una despresencia como un vagar a lo esencial y etéreo, como si de súbito arrancase en vuelo. Aprensiones abstractas que adquieren realismo por afirmación en el prodigio del arte.

Las esculturas de Canónico parecen no estar quietas en su concepción, no contentarse con el parón involuntario a que están obligadas. Pertenecen a modelaciones exteriores, a consecuencias intermedias, en otra dimensión de la presencia. Obras que acaecen en curso de intemporalidad debido a la profundidad de sus soluciones y que tienen algún parentesco con lo que, cuando el hachazo final, brinca y se hace felicidad sólida, carcajada del espíritu, comunicación de fuera.

Su maternidad de ahora, depurada ya de materia al límite mismo del estar físico, se refugia en el instinto del principio hacia lo interior y sublime, junto al otro latido. La paloma, remansada en mármol, sugiere alcores imposibles y está triste. Ensayos, como de vidrio tierno, para esta tercera anunciación de la escultura moderna. El mar de ángeles, que no de tritones, con la espuma retenida en la armonía del bronce. Séneca, en el claustro levital de las creencias, con esa austeridad lineal, apostura y desdén, en el elogio de Antonio Gala. Anaconda en mármol, de espiral sumiso, obediente a la forma dada. Discóbolo, lejos de la representación clásica entendida al modo de Alcamenes; Canónico lo resuelve en el arco mismo del movimiento, como parábola de la acción. Ícaro, ya abatido, con la agonía final del vuelo. Piezas, como de cristal dócil, semejan- do contracciones gaseosas que en su formación hubieran atrapado disidencias de luz y color. Bronces en la conjuración de lo ideal y metafísico. Mármoles en la búsqueda de la meditación.

A distancia también de esta cuestión de número en la que Policleto apoyaba la perfección y que tanto ha influido en la escultura de los tiempos, había que inventar una nueva geometría, una nueva hechura capaz de legar a esa interrelación en la obra de Canónico. La forma sometida discurre en esa suerte. Ya está en la despresencia. Ya es espacio y movimiento.

Antonio SEGOVIA LOBILLO De la Real Academia de Bellas Artes de San Telmo (Málaga)