Crítico de Arte. Miembro de AECA. Madrid
Es incuestionable que, desde el alba del mundo, incidieron sobre la creatividad artística de los españoles fuerzas atávicas insoslayables q u e les inclinaron mucho más hacia el color y la luz, fácilmente asumibles, que hacia el misterio de formas difícilmente desentrañable.
Así sucedió secularmente, entre nosotros pero, ahora, sin lógica aparente, se viene produciendo una irrupción masiva de la juventud en el campo de la escultura. Una actitud esperanzadora pero inconsistente porque esta estatuaria de última hora abunda en insuficiencias técnicas, indecisiones conceptuales e intrascendencias medulares.
Por todo lo antedicho es sorprendente el cuajo de las esculturas presentadas en Kreisler por el artista astur con ascendencia itálica y sangre malacitana en las venas, Vázquez Canónico. Un escultor plenamente joven, inteligente, sensible y poderoso, capaz de fusionar en sus creaciones el «titanismo» formal con el «palpito» intimista que tiende y tensa el hilo de la comunicación emocional.
Esta muestra de Vázquez Canónico no es totalmente representativa de su arte al no ser exponente de la potencialidad creadora del artista. Su estatuario pétreo no ha tenido cabida en la muestra porque precisa del entorno vital de la naturaleza en sus grandes espacios. Kreisler ha acogido en su recinto un deleitoso conjunto de obras de Canónico, en el que se integran mármoles acariciables y tersuras de espejeantes bronces. Vázquez Canónico, artista humanístico y con un arranque en su concienzuda formación eminentemente clasicista llega, en sus creaciones, al borde mismo de la abstracción pura, en un proceso taumatúrgico de estilización y síntesis.
Alienta en las esculturas de este domeñador de las formas un jubiloso juego y rejuego de sensualidades tan apasionadas como asépticas. Y es gozosa en su obra la conjunción de volúmenes con oquedades y la contrastación entre las morbideces exultantes y los valores recónditos de lo cóncavo que tanto tiene de acogedor y tanto de caricia.
Y como remate de tanta calidad la ultimación preciosista exigible a toda obra de arte bien hecha.