Comisario de la exposición “Desde el vacío interior a la esencialidad”
A Vicente Vázquez Canónico, el hombre, le da pudor hablar de la obra de Canónico, el escultor. Y no porque dentro de sí sean dos seres distintos, escindidos, sino precisamente por todo lo contrario: porque son uno solo, indisociable, tan intrínsecamente suyo que preguntar por las razones del artista supone inmiscuirse en sus más íntimas vivencias personales. La obra de Canónico ha de explicarse por sí misma, o con la ayuda de la crítica, pero no por mediación de quien la ha realizado. Esta última opción, que es la que a mí me interesa, le parece legítima al hombre, pero no cuenta con el beneplácito del escultor: «no quiero entrar en ese tipo de especificaciones».
Canónico rechaza, incluso, la grabadora. Igual que a los indios centroamericanos les molesta ser fotografiados, al escultor gijonés le incomoda que se grabe lo que dice: es una manera de fijarle a uno en el tiempo. «El arte empieza donde mueren las palabras. No necesita explicación. Hablar de arte es igual que hablar de amor. Sencillamente no se puede. Es posible escribir sobre pintura o escultura, pero siempre que lo hagan personas ajenas al acto mismo de creación. Crear es otra cosa: es conseguir que la obra sea, entregarte a ella. La obra de un artista constituye un todo armónico, como una partitura musical. Es algo más que una nota aquí y otra allí».
«Yo prefiero hablar de forma genérica, sobre el arte en general, que hacerlo específicamente sobre mi obra. Mi arte es como una flecha en el aire que no va apuntando a ningún sitio. Se expande y se convierte en miles, millones de flechas. Yo no me puedo quedar mirándome al ombligo. Hablar de una sola de mis piezas… Cada una de ellas quiere decir mil cosas distintas. ¡Cuántos pensamientos pasarían por mi mente cuando las hice!».
El artista entiende la curiosidad que puedan tener los espectadores ante su obra, pero insiste: «el arte no es para explicarlo. El arte es para sentirlo y hacerlo ser en tu sentimiento. La gente tiene necesidad de tocar el fruto con las manos, lo comprendo, pero en realidad no es necesario. Nosotros mismos los artistas nos sorprendemos también por lo que hacemos. ¿Dónde empieza mi obra y dónde empiezo yo? No lo sé. La obra crea al propio creador. Con ella estás hablando de ti mismo, de la propia continuidad de tu yo, y hablar de uno mismo resulta un poco complicado. El arte es inexplicable. Los artistas sabemos que somos seres normales, como el resto de la gente, pero que tenemos una parte alícuota, algo más que nosotros mismos desconocemos, pero que sabemos que estamos prisioneros de ello».
Canónico es consciente de que, aunque se trata de una actividad voluntaria, el arte no es “tekhne”, en el sentido de que no se tiene conciencia previa de lo que se va a expresar; la conciencia se adquiere en el momento mismo del acto expresivo. «El hombre es acto y en ese acto se convierte en hombre. Somos en la medida que hacemos cosas. No somos lo que decimos que somos. Hay cosas que no se pueden ni decir ni escribir, pero que pueden ser pensadas. Y los artistas han de ser capaces de plasmar lo que son capaces de pensar».
«El arte sólo puede ser valorado en la medida en que se convierte en acto. Detesto a las personas que dicen: ¡Éso también lo hago yo…! ¡Pues muy bien, coge un pedazo de barro y ponte a hacerlo si puedes! Quienes hablan así ignoran que a veces eres incapaz de hacer nada, porque la materia te tutea y te lleva por donde quiere. Es éso que se llama el duende, la inspiración. Muchas veces soy incapaz de repetir una cosa que ya hice. La miro y no me parece mía. La hice yo pero cuando estaba en otro lado. Estaba en otro estado, en otro latido. ¿En qué medida? No te lo podría explicar».
Sin embargo, Canónico cree firmemente en la capacidad comunicativa de sus esculturas. Pero no le interesa ser explícito: se limita a sugerir, a poner el alma en un estado de intensa actividad interior para que cada cual dé su propia interpretación personal: «me merece muchísimo respeto lo que diga la gente de mi obra». Y así ha descubierto una nueva faceta de su obra: no sólo le ha servido para expresar él sus propias vivencias, sino que ha posibilitado, también, el que otros pudieran vivir las suyas propias. Supera de este modo el individualismo expresivo y establece una comunicación con los demás.
La respuesta del público supone una corroboración del éxito expresivo del artista: «es como meter una serie de piezas en una habitación oscura y de repente encender la luz. Es una comunicación muda, un cordón umbilical entre un espectador expectante y yo. Va en función de muchas cosas, también del propio espectador: de su cultura, de su sensibilidad, o de sus ganas de saber».
Para Canónico, el arte no es expresión de los sentimientos del artista, sino de su pensamiento. «El arte es pensamiento hecho forma, y por eso la obra de arte no se termina nunca, siempre queda inconclusa. Mi pensamiento evoluciona segundo a segundo. El pasado, el presente y el futuro se mezclan en un solo momento, que es el momento de creación, y lo que ha quedado plasmado en ese momento plasmado está, se ha quedado detenido en el tiempo. Sin embargo, mi pensamiento sigue evolucionando. Cuando retomas una obra a los quince minutos, a los quince días o al mes, aquello ya no es lo que tú eras, porque tú eres aquello que eras cuando hacías la obra más un espacio de tiempo en el cual has evolucionado en un sentido concreto».
«He llegado a una conclusión: en esta vida, yo soy alumno de todo. Me siento cada vez con más ganas de saber, pero cada vez me doy más cuenta de lo poco que sé. El arte tiene mucho de misterio».