Carlos Cid Priego
Catedrático de Arte de la Universidad de Oviedo
Canónico sorprende técnicamente por su polifacetismo siempre dominado. Cuadernos de dibujo con
apuntes rápidos, punto de partida imprescindible de todo buen escultor; va de acabados pulidos
brillantes a texturas rugosas y patinadas, a veces juega con varias para lograr impresiones visivas
táctiles e incluso la significación de la obra. Habría que añadir las vidrieras de polímeros, como las de
la Real Basílica de Covadonga, y su maestría en la engorrosa técnica del esmalte, aunque por encima
de todo lo suyo entrañable es la escultura.
Desde el punto de vista estético y formal, su producción es también variada. El Realismo es punto de
partida, compromiso o ejercicio, homenaje a la tradición, no por lo que tiene de caduca, sino por la
juventud que también tuvo un día. Mucha más importancia posee su figurativismo sumamente
estilizado y reducido a lo esencial de idea y forma, en piedra pulida o metal brillante. Son figuras casi
geométricas, que juegan con el ritmo y la actitud sin perder del todo la referencia mental al natural.
Tal es el caso de «Pensador» y de las «Maternidades».
En ocasiones roza la abstracción, aunque no absoluta; llaman la vista líneas esenciales, casi
dibujísticas, que al observarlas se dilatan en volúmenes, quietos en la obra, pero que
psicológicamente mueven hacia otras líneas donde el proceso vuelve a empezar en sucesión
indefinida.
En otras alcanza la abstracción total basada en formulaciones de espacio y de masas, y de
movimiento y formas, en que el vacío no es la nada negativa y estéril, sino un importante material
escultórico, significativo de la comunicación entre interior y exterior, volumen acotado y volumen
infinito.
En Canónico el pasado se ha integrado en el presente y se conmueve con ansias de futuro. Cumple
con cuanto la escultura ha creado en sus líneas maestras de antaño y hogaño, sobre todo de nuestro
siglo; pero no cae en fáciles esnobismos, hueras pretensiones pseudofilosóficas para sorprender, ni
se aferra a los viejos troncos del ayer, maravillosos y dignos de conservar, pero no de copiar.