Sol Garcia Conde
“Siete dias”, Madrid
Se encuentra este escultor, a mi juicio, en el punto más interesante habido entre la figuración y la abstracción, equidistante de ambos, cuando la forma aún nos lleva con nitidez al objeto inicial, pero ya tanto de la mano de las concordancias como de la intuición.
Vázquez Canónico ha ido prescindiendo de la anécdota y olvidando el contexto en el que se desenvuelve la figura, la ha transformado en un todo completo, encerrando en su interior su significado. De ahí esa suerte de misterio que se desprende de cada volumen. Porque las figuras de Canónico parecen expresarse, aun a su pesar, a fuerza de mantener un diálogo interno, en un flujo que gira entre sus fronteras y que el espectador capta, intuye, aun cuando es incapaz de desentrañarlo. Toda su obra tiende hacia la curva, y aun en sus formas más esbeltas, cuando la materia de alarga hacia el infinito, el ensimismamiento cíe la figura continúa, ella principio y fin de si misma, siempre mirando hacia su centro. Quizá sea de esta condición de la que se deriva el intimismo que caracteriza la obra de Canónico. Un intimismo nunca reñido con la vehemencia y el apasionamiento que se desprende de toda su obra. Se trasluce en ella en espíritu temperamental del artista. Y nos preguntamos como puede llegar a este equilibrio entre razón e instinto, entre silencio y diálogo; el modo de acceder a la armonía cuando la fuerza creadora se manifiesta como un torrente y el resultado es este arroyo susurrante y enigmático.
Y la sensualidad que subsiste en cada pieza, en el juego de volúmenes y huecos, en la rotundidad de cada curva, en una obra concebida para ser aprehendida con el tacto y acariciada con la vista. Alienta en las esculturas de este domeñador de formas un jubiloso juego y rejuego de sensualidades tan apasionantes como asépticas.